Cuando estaba a punto de dejar este mundo, Jesús prometió a sus discípulos enviarles “otro Consolador” del cielo, el Espíritu Santo. La Biblia distingue las tres personas divinas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Los tres estuvieron presentes en el bautismo de Jesús en el Jordán (Mateo 3:16-17), y también se recuerda en el bautismo cristiano (Mateo 28:19).
Como Jesús lo prometió, el Espíritu descendió sobre los creyentes el día de Pentecostés (Hechos 2). Ese día se fundó la Iglesia, y el Espíritu Santo vino a morar en ella. La Iglesia está formada por todos los que creen en Jesucristo, el Hijo de Dios. Desde entonces, el Espíritu Santo ha estado presente en la tierra y permanecerá aquí hasta el día en que la Iglesia sea llevada al cielo, para encontrarse con su Señor. Mientras esté aquí, el Espíritu “detiene” el mal (2 Tesalonicenses 2:7).
Jesús afirmó que el Espíritu estaría con la Iglesia para siempre. Ella es su templo, y él habita en ella. El Espíritu es quien une a todos los creyentes, y así forman el cuerpo de Cristo, cuya cabeza es Cristo (1 Corintios 3:16-17; 12:13).
El Espíritu de Dios también mora en cada uno de los creyentes, y nunca los abandonará (1 Corintios 6:19; Juan 14:16). El hecho de que el Espíritu habite en el cuerpo de cada creyente garantiza la futura resurrección de los hijos de Dios que han muerto (Romanos 8:11).
Mañana veremos otros aspectos de la presencia del Espíritu Santo en el creyente.
2 Reyes 9 – Romanos 14 – Salmo 68:28-35 – Proverbios 16:31-32