La Biblia nos dice que Dios escucha el clamor de los que sufren: “Este pobre clamó, y le oyó el Señor, y lo libró de todas sus angustias” (Salmo 34:6). Dios escucha la oración (Salmo 65:2), como también los suspiros de sus hijos. Siempre está cerca. Por medio de Isaías envió a decir al rey Ezequías, quien estaba gravemente enfermo: “Yo he oído tu oración, y he visto tus lágrimas; he aquí que yo te sano” (2 Reyes 20:5).
Puede suceder que un creyente esté tan desanimado que ni siquiera pueda orar. Pero el Espíritu Santo que habita en él presenta sus verdaderas necesidades a Dios a través de “gemidos indecibles” a causa de su debilidad (Romanos 8:26). Esta intercesión del Espíritu toma el control de su espíritu desfallecido para traerle la paz y devolverle la confianza en el amor y la fidelidad de Dios.
“Pacientemente esperé al Señor, y se inclinó a mí, y oyó mi clamor. Y me hizo sacar del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso; puso mis pies sobre peña, y enderezó mis pasos. Puso luego en mi boca cántico nuevo, alabanza a nuestro Dios. Verán esto muchos, y temerán, y confiarán en el Señor” (Salmo 40:1-3).
“Cercano está el Señor a los quebrantados de corazón; y salva a los contritos de espíritu” (Salmo 34:18).
1 Reyes 18:1-19 – Marcos 16 – Salmo 62:1-4 – Proverbios 15:31-32