En esta escena del evangelio según Mateo, el centurión romano nos sorprende por su fe. Este oficial muestra una confianza ilimitada en el poder de Jesús. Sin embargo, manifiesta un gran respeto ante la grandeza del Señor, diciendo: “Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo”. Así toma el lugar que todo ser humano debe tener ante Dios.
Juan el Bautista también se sintió indigno de desatar la correa del calzado del Señor Jesús (Lucas 3:16). Para recurrir a la gracia de Dios, debemos sentir nuestra indignidad… “Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” (Salmo 51:17).
Jesús recibe a los que van a él reconociendo su condición de pecadores. Cuando aceptamos a Jesucristo como nuestro Salvador, recibimos, por gracia, el perdón de nuestros pecados y una nueva naturaleza, igual a la suya. Somos situados en una nueva posición ante Dios. Esto nos da una verdadera dignidad, que no proviene de nosotros, sino de Dios: nos convertimos en hijos de Dios y discípulos de Cristo. En consecuencia, somos llamados a andar “como es digno del Señor” (Colosenses 1:10), digno de Dios (1 Tesalonicenses 2:12), digno del evangelio (Filipenses 1:27).
No pretendamos ser dignos ante Dios por nuestras cualidades naturales. Aceptemos la dignidad que Dios nos da, y vivamos de acuerdo con esta posición privilegiada.
“A todos los que le recibieron (a Jesucristo), a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12).
1 Reyes 17 – Marcos 15:21-47 – Salmo 61 – Proverbios 15:29-30