Algunas personas piensan que Dios castiga, sobre todo, a los que hacen el mal. Así tratan de huir de él por todos los medios, o de aplacar su ira con ritos y ofrendas.
En la Biblia, Dios pregunta: “¿Quiero yo la muerte del impío?”. La respuesta es: ¡No! Aunque Dios no pasa por alto el mal que se comete día tras día en la tierra, tampoco juzgará a los que hacen lo malo sin antes ofrecerles su gracia.
El deseo de Dios es perdonar y no condenar, pues nos ama. Puede perdonar, no porque sea tolerante con el mal, sino porque Jesucristo sufrió en nuestro lugar el castigo que nuestros pecados merecían.
En el versículo citado, la muerte no es solo el fin de nuestra vida en la tierra; es sobre todo la ausencia de una relación con Dios, en un terrible alejamiento eterno de él. En cambio, Dios nos ofrece una maravillosa relación personal con él, que ni la misma muerte física puede interrumpir. Para que esta relación pueda establecerse entre Dios y un ser humano, es necesario que este se aparte “de sus caminos”, es decir, que se arrepienta sinceramente de todo el mal que ha hecho, y lo abandone, creyendo en Jesús. El deseo de Dios es que usted viva. ¡En el versículo de hoy afirma que él tiene un proyecto de vida para cada uno!
“El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9).
1 Reyes 16 – Marcos 15:1-20 – Salmo 60:6-12 – Proverbios 15:27-28