La motivación personal, el deber, el trabajo… ¿qué nos motiva cada mañana para seguir con la rutina diaria de la vida? ¿Qué necesitamos para valorar nuestra existencia y tener una verdadera razón de vivir? ¿No fuimos creados con algún propósito?
Desde el principio, nuestro Creador tenía un plan para los seres humanos: tener una relación viva con cada uno. La Sabiduría creadora (el Hijo de Dios) se expresó así: “Con él estaba yo ordenándolo todo, y era su delicia de día en día, teniendo solaz delante de él en todo tiempo. Me regocijo en la parte habitable de su tierra; y mis delicias son con los hijos de los hombres” (Proverbios 8:30-31). Esta maravillosa relación existió y se vivió entre Dios y el hombre en el huerto de Edén, hasta su ruptura ocasionada por el pecado.
¡El pecado nos ganó! Pero Dios no ha cambiado, pues sigue diciéndonos: “Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia” (Jeremías 31:3). Él quiere retomar el diálogo, y para ello escribió una carta a la humanidad: la Biblia. Ella nos dice que Dios mismo vino a vivir entre nosotros en la persona de Jesús. Pero, para establecer una nueva relación con Dios, debemos ser lavados de nuestro pecado. Jesús murió y resucitó para ello. Él da la vida eterna a los que, atraídos por su amor, y arrepentidos, creen en él. Dejémonos, pues, llevar por este vínculo de amor divino. Salvos por su gracia, hallaremos nuestra verdadera razón de vivir.
1 Reyes 11:1-22 – Marcos 12:1-27 – Salmo 57:6-11 – Proverbios 15:15-16