Cierta mañana un hombre tocó a mi puerta y me ofreció sus servicios para arreglar el jardín. Algo en su actitud me llevó a iniciar una conversación. Descubrimos que ambos éramos cristianos. Mi visitante me contó que hacía algún tiempo se había convertido, y que desde entonces su vida había cambiado. Encontrar trabajo era una preocupación diaria para él, pero ahora lo vivía con Dios. Antes de irse, añadió: «Ahora no pido a Dios que me dé dinero, sino que me quite la preocupación».
En su sencillez, esta observación me conmovió, y a menudo vuelve a mi memoria. Concuerda con la enseñanza de Jesús a sus discípulos: “No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber… ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo? Y por el vestido, ¿por qué os afanáis?… No os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal” (Mateo 6:25-34).
Dios sabe que necesitamos estas cosas materiales, y es natural que nos preocupemos por ellas. Este cristiano confiaba en Dios, pero no se quedó con los brazos cruzados, sino que fue de puerta en puerta buscando trabajo. Había aprendido lo que a menudo nos cuesta hacer: dejar a Dios las preocupaciones que nos causan las cosas materiales.
“Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo; echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros” (1 Pedro 5:6-7).
1 Reyes 1:28-53 – Marcos 5:21-43 – Salmo 50:16-23 – Proverbios 14:25-26