Hace muchos años conocí a Ralph Newman en Inglaterra. Disfrutábamos mucho de nuestro tiempo libre. Pasábamos noches en las discotecas con muchos amigos. Vivíamos exclusivamente para nuestro placer, sin preocuparnos por Dios, por su amor, ni por lo que le agrada. Una noche hablamos del joven predicador de la congregación.
–Es un buen tipo, dijo Rendall, el mecánico del garaje.
–¿Cómo? ¿Un buen tipo?, exclamó Ralph. ¿Te vas a volver religioso?
–¡Cuidado, Newman! ¡También podría persuadirte!, respondió Rendall.
–¿Cómo?, vociferó Ralph… ¡Yo, Ralph Newman en la iglesia! ¡Ni pensarlo! E hizo todo tipo de comentarios desagradables sobre el predicador, enojándose cada vez más. Pero el mecánico dijo tranquilamente:
–Es fácil insultar a alguien a sus espaldas. Si realmente eres un tipo honesto, ve a la iglesia y, después de la reunión, dile lo que piensas de él.
Ralph dudó. ¿Se arriesgaría a atacar públicamente a un hombre que era respetado en todo el pueblo?
–Ralph, ¡no eres tan valiente como pretendes!, bromeó su amigo. Pero Ralph no quería admitirlo, y exclamó:
–Si nos vamos todos a la iglesia el domingo, le diré en la cara a ese joven payaso que él no hace más que decir palabras piadosas, pero que él mismo no cree lo que predica…
¡Al final todos aceptaron ir!
1 Samuel 16 – Mateo 13:24-43 – Salmo 13 – Proverbios 4:1-6