Es imposible eludir las preguntas de Dios. A Adán Dios le dijo: ¿“Dónde estás tú? … ¿Has comido del árbol de que yo te mandé no comieses? Y el hombre respondió: La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí” (Génesis 3:9-12). Era como decir a Dios: Sí, transgredí tu mandamiento, pero no fue mi culpa; mi mujer es la culpable, y tú me la diste. A la mujer Dios le dijo: “¿Qué es lo que has hecho? Y dijo la mujer: ”La serpiente me engañó, y comí“. Es como decir: No es mi culpa.
El hombre de hoy tiene el mismo lenguaje. Siempre encuentra disculpas, aun para sus más graves faltas. ¿Es su culpa si es ladrón, adultero o asesino? ”Fue criado en una familia donde nadie se preocupaba por él, se dejó arrastrar por malas compañías, o tal vez su potencial genético lo inducía naturalmente hacia el mal“, se dice. En conclusión, no es culpable; y según él, Dios es el culpable. ¡Qué terrible acusación!
Si hoy usted no quiere reconocer su propia culpabilidad y aceptar con fe la salvación y el perdón que Dios le ofrece, ¡cuidado! El día que deba comparecer ante él, usted tendrá la boca cerrada. Confundido por Aquel cuya autoridad, justicia y amor usted no aceptó, estará obligado a reconocer que el juicio pronunciado sobre usted es perfectamente justo.
Pero ahora la bondad del Dios Salvador le urge a arrepentirse (Romanos 2:4).
Josué 24 – Santiago 5 – Salmo 138:6-8 – Proverbios 29:9-10