El evangelio de Marcos, en especial, nos muestra la actividad infatigable de Jesús. Las multitudes pedían su atención constantemente. A menudo sus jornadas estaban marcadas por incidentes o controversias. Predicaba el reino de Dios, sanaba a los enfermos, iba de una ciudad a otra sin tener un lugar “dónde recostar su cabeza” (Mateo 8:20).
Como todos los hombres (Juan 4:6), Jesús también se cansaba, pero siempre estaba dispuesto a ayudar, a pesar de que recibía muchas peticiones. Sin embargo, también sentía la necesidad de estar a solas con Dios, para cultivar esa relación constante con él. “Yo sabía que siempre me oyes” (Juan 11:42). Estos descansos solitarios estaban consagrados a la oración, durante noches enteras (Lucas 6:12), y a la alabanza (Mateo 11:25). La conversación con su Padre, descrita en el capítulo 17 del evangelio de Juan, nos ayuda a comprender un poco el tema de estos momentos especiales de comunión con el Padre, esenciales para Jesús.
Amigos cristianos, si el secreto del servicio de Jesús residía en su comunión e intimidad con el Padre, igualmente, nuestras fuerzas para seguir al Señor emanan de la comunión que tengamos con él. Esto exige disciplina de nuestra parte: debemos buscar la tranquilidad y dedicar tiempo a la oración, a la lectura de la Biblia. En lugar de dar prioridad a la actividad, debemos tomar conciencia de que esta depende de la calidad de nuestra relación con el Padre. ¡Entonces escucharemos más claramente la voz de Dios!
Josué 22:21-34 – Santiago 3 – Salmo 137 – Proverbios 29:5-6