Bill y Jenny Morris, una pareja de jóvenes misioneros, habían escogido un campo de trabajo especialmente difícil en el que pocos se atrevían a aventurarse: la frontera con el Tíbet. La población estaba sumergida en la idolatría; parecía que el mensaje cristiano nunca podría llegar a aquellos corazones.
Escuchemos a Bill contar su experiencia: “Durante siete años anunciamos el Evangelio sin ver ningún resultado. Estudiamos mucho para aprender el idioma y tratamos de hacer todo lo posible para demostrar a aquellas personas que las amábamos, pero nunca nos manifestaron la más mínima confianza. Sin embargo, el séptimo año sucedió algo: el nacimiento de nuestro primer hijo, una niña.
Cuando nuestra pequeña Grace empezó a gatear, la gente del pueblo la observaba y sonreía. Y cuando aprendió a hablar, se expresó en su lengua con igual facilidad que los niños del país. Un día descubrimos que ella repetía a sus amiguitos los versículos de la Biblia y los himnos que le enseñábamos.
Era como un milagro. Cuando ya casi habíamos perdido la esperanza de ver a aquellos corazones abrirse al amor de Dios, un testimonio deslumbrante salió de la boca de nuestra hija. Dios se sirvió de esta niña para producir la primera conversión. Ahora, ocho jóvenes cristianos leen la Biblia juntos y tienen el deseo de anunciar el Evangelio a su alrededor”.
Jesús mandó a sus discípulos: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15).
Josué 11 – Hebreos 11:23-40 – Salmo 132:1-7 – Proverbios 28:11-12