Mangy, marcada por una infancia triste, se drogaba desde su adolescencia. La creciente adicción la llevó a pasar varios periodos en el hospital. Su estado se fue deteriorando y los médicos le advirtieron que le quedaba muy poco tiempo de vida. En esta situación desesperada, una pareja cristiana le propuso recibirla en su casa. Mangy aceptó, pero declaró que no quería ni religión ni oraciones. Para calmarla cuando sentía la necesidad de drogarse, se ocuparon mucho de ella con la ayuda de otros creyentes. Poco a poco empezó a escuchar y ya no trataba de huir cuando se hablaba de Jesús. Su alma anhelaba la serenidad, y lentamente sus sentimientos de rebeldía se detuvieron. Llegó el momento en que pidió la liberación volviéndose a Jesús, quien buscaba a esa oveja perdida. Pronto testificó: “¡Soy tan feliz, creo en Jesús! Pero me siento indigna de él, pues realmente no tengo nada que darle”.
Más tarde, cuando su cuerpo se debilitaba cada vez más, Mangy explicó a sus amigos que su verdadera vida, la vida eterna, estaba en Jesucristo. Cierto día, caminando por una calle, se desplomó… horas más tarde estaba en paz junto a su Salvador.
La gracia de Dios revelada como una fuente de salvación es para todos los hombres. Mediante el sacrificio de Jesucristo, ofrece a cada uno la posibilidad de ser liberado del pecado y de toda esclavitud, para conocer la vida eterna.
Levítico 11:1-28 – Romanos 8:1-17 – Salmo 65:9-13 – Proverbios 16:13-14