En una meditación anterior, consideramos las vestimentas de pobreza del Señor. Él vistió la vestimenta de la clase obrera de Galilea. Su vestimenta era muy simple, tosca y, casi por completa, descolorida. En aquella cultura y tiempo, solamente los ricos se vestían con ropa suave y colorida (Mt. 11:8; Lc. 16:19). Tan solo este hecho debería generar que nuestros corazones se postren en adoración, pues vemos que el Señor de gloria se condujo en este mundo vestido de la ropa humilde de un galileo.
En la cruz, fue desvestido por segunda vez por los soldados romanos (la primera vez fue cuando estuvo delante de Pilato-Mt. 27:28). Un cuaternión de soldados (una escuadra de cuatro, como lo sugiere el nombre en latín) estaba, sin saberlo, a punto de cumplir las Escrituras. Sus vestiduras, comunes en aquellos tiempos, estaban compuestas de cinco partes: 1. un velo o turbante, 2. la vestimenta exterior, 3. El cinto, 4. Las sandalias, 5. la vestimenta interior o túnica.
El cuaternión de soldados dividió los vestidos del Señor en cuatro partes, una parte para cada soldado. Eso dejó la quinta parte sin repartir, la larga vestimenta interior o túnica, la cual, se nos dice, era sin costura. Los soldados no quisieron dividirla o rasgarla en cuatro partes, así que decidieron, más bien, echar suertes sobre ella. Este hecho fue en cumplimiento de la profecía hallada en los salmos: “Repartieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes” (Sal. 22:18). Obviamente, los soldados no sabían nada de las Escrituras, pero, en su ignorancia, ¡cumplieron lo que había sido escrito por el Espíritu Santo 1000 años antes!