Muchos relatos describen actos de valentía durante la segunda guerra mundial. En un pueblo francés y sus alrededores, miles de judíos, principalmente niños, fueron acogidos. Discretamente, fueron distribuidos en las granjas de los alrededores, a menudo pobres, donde recibieron alimento y cariño. Así, la mayoría sobrevivió a las persecuciones.
Durante los años siguientes, estos actos de valor y humanidad permanecieron más bien en el anonimato. De hecho, a los que habían abierto sus casas y sus corazones les parecía normal lo que habían hecho. A los periodistas que iban a entrevistarlos, una anciana solía responder, abriendo la Biblia, con estas palabras de Cristo: “Tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis” (Mateo 25:35). Explicaba con sencillez y convicción que Dios nos pedía que amásemos a nuestro prójimo como a nosotros mismos. ¡Esto fue lo que hicieron esos campesinos!
Detrás de esta abnegación, muy a menudo había una fe sólida, basada en un conocimiento serio de la Biblia. Por eso estas personas se arriesgaron para salvar a otras. Y, sobre todo, permanecieron humildes y discretas. Más allá de la valentía y la bondad, tenían una motivación mayor: ser fieles a Dios.
Daniel 11:21-45 – Lucas 2:21-52 – Salmo 81:11-16 – Proverbios 19:7-8