Gladys Aylward (1902-1970) deseaba ir a China como misionera. Estaba segura de que Dios le pedía que dejara su Inglaterra natal y fuera a China, pues allí le esperaba un servicio para él. En la Misión cristiana de China en Londres le negaron la ayuda, diciéndole que «solo era una mujer» y que «no estaba lo suficientemente calificada». En vano intentaron hacerle cambiar de opinión. Gladys no se desanimó. Como no tenía dinero, trabajó durante muchos meses como empleada doméstica. Poco a poco logró reunir el dinero suficiente para pagar sus tiquetes. Finalmente viajó por su cuenta y se unió a una amiga en China. Allí abrieron una posada, donde muchos arrieros descansaron y escucharon el mensaje del Evangelio.
Tras la muerte de su amiga, Gladys no se rindió. El gobierno chino la nombró como «inspectora de pies» para liberar a las mujeres, niñas y adultas, de la práctica de los pies vendados. Una tarea difícil, pero a través de este trabajo ella llevó el Evangelio a lugares muy apartados.
Poco a poco su ministerio se amplió: fue a las cárceles, cuidó y evangelizó a delincuentes, adoptó niños… Durante la segunda guerra mundial cruzó el país con un centenar de niños para huir del ejército japonés. Fue bien aceptada y querida por los chinos, quienes le dieron un nombre de su país: Ghen Ai.
Relatos extraordinarios de los misioneros pueden hacernos pensar que estas experiencias solo les ocurren a otros… ¡Gladys es el ejemplo contrario! Aunque no pudo ingresar en la Misión de China, Dios la utilizó de una forma maravillosa.
2 Reyes 17:1-23 – Efesios 4:17-32 – Salmo 71:12-18 – Proverbios 17:13-14