Cuando llega el verano, casi diariamente se produce un incendio devastador en un lugar u otro. A pesar de las campañas de concientización fomentadas por los medios de comunicación, ¡cuántas imprudencias llevan a la destrucción de centenares de hectáreas de bosques, y quizá también de vidas humanas ! Una simple colilla arrojada por la ventana del automóvil puede ser el origen de una catástrofe.
La Biblia emplea la imagen del incendio de un bosque para exhortarnos a velar sobre nuestras palabras. Sin duda todos hemos comprobado los efectos opuestos que ellas pueden tener : se puede hacer mucho mal con la maledicencia o la calumnia, pero también se puede llevar consuelo y paz. “La blanda respuesta quita la ira ; mas la palabra áspera hace subir el furor… La palabra a su tiempo, ¡cuán buena es !” (Proverbios 15 : 1, 23).
Cristianos, nuestras palabras son escuchadas, repetidas, a veces mal comprendidas o deformadas, y no podemos medir las consecuencias. Una “pequeña” palabra puede hacer un “gran” estrago. Prestemos atención y recordemos lo que el apóstol dijo : “Si alguno no ofende en palabra, este es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo” (Santiago 3 : 2).
Velemos también para no ser un medio de propagación del fuego. No prestemos atención a todo lo que escuchamos, sobre todo cuando se trata de críticas o comentarios negativos. “Sin leña se apaga el fuego, y donde no hay chismoso, cesa la contienda” (Proverbios 26 : 20).
Números 25 - Lucas 5 : 1-16 - Salmo 84 : 1-4 - Proverbios 19 : 15-16