Durante unas vacaciones pasadas en Londres con mis nietos, fuimos al famoso museo de cera de Madame Tussaud. Les expliqué quiénes eran esos personajes célebres del pasado, vestidos a la usanza de sus tiempos y ubicados dentro del marco de la época. Sin embargo, las personalidades históricas no les interesaron tanto como las estatuas de cera que representaban a los visitantes sentados en bancos u observando otras estatuas.
Trataban de adivinar quiénes eran estatuas y quiénes eran personas reales. El juego se complicaba cuando algunos bromistas imitaban a las estatuas quedándose completamente inmóviles. ¡Había que tocarlos para notar la diferencia!
Esperando a los niños pensé en el falso cristianismo que aparenta tener la verdadera vida, la vida eterna. El parecido es perfecto, no falta nada, excepto lo principal: la vida divina. Una religión no puede comunicar la vida. El bautismo tampoco es suficiente. Los falsos cristianos pueden engañar al mundo, hacerse ilusiones, pero nunca podrán engañar a Dios.
Nosotros también deberíamos hacernos la pregunta -y no es un juego: ¿Soy un cristiano auténtico, tengo una relación personal con Jesucristo o, al contrario, soy un cristiano ficticio? ¿Cuál será mi respuesta, y la suya? ¿Ha recibido usted la vida eterna?
“Mis ovejas oyen mi voz, y yo (Jesús) las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano” (Juan 10:27-28).
2 Crónicas 5 – Lucas 23:1-25 – Salmo 96:7-13 – Proverbios 21:23-24