El que declaró esto no vivía en un palacio, ni estaba colmado de los placeres de esta vida, ni rodeado por el amor de los suyos. El apóstol Pablo se hallaba preso en Roma debido a su fe en Cristo. Entonces, ¿cuál era el secreto de su felicidad y su fuerza interior?
No era una religión ni un conjunto de reglas morales, sino una persona a quien amaba. ¡Este era su recurso interior en medio de sus sufrimientos! A los ojos de sus contemporáneos su vida podía parecer un fracaso. Pero esto no le importaba, pues había encontrado en Jesucristo la respuesta a todas las necesidades de su corazón.
Esta experiencia no está reservada a una élite; se halla al alcance de todo creyente. Junto a Cristo podemos pasar por las diferentes circunstancias de la vida, felices o difíciles, tratando de agradar al Dios que Jesucristo nos reveló. El apóstol Pablo nos invita a vivir una vida en la que Cristo sea la fuente, la fuerza, el modelo y el objetivo en nuestras relaciones diarias con nuestros amigos, vecinos, compañeros de estudio, de trabajo. Y quizá también a través del estrés, la tentación, los problemas familiares, de salud o en medio del duelo...
Gozar así de la presencia de Jesús es una experiencia que se vive en la tierra. En el cielo la vida terrenal ya no existirá. En medio de las circunstancias favorables o adversas, tenemos la oportunidad de hacer brillar la grandeza moral de Cristo, reproduciendo en una pequeña medida algunos de sus atributos.